sábado, 20 de noviembre de 2010

El arte conmovido. Edouard Manet, Sur la plage.


Esta pintura Sur la plage, es de Edouard Manet, de 1873.
La mujer es Suzanne, la esposa de Manet y está aparentemente  absorta en la lectura mientras el hombre recostado que meditabundo contempla el mar es Eugene el hermano del pintor. Cada uno en su mundo y sin embargo se intuye una especie de comunicación invisible entre ambos.
La escena desprende una infinita melancolía, una inmensa tristeza, el tiempo parece detenido.
Está pintado en directo pues la pintura contiene granos de arena de la propia playa.

Hace algún tiempo en una visita al museo D’Orsay  me fui en su busca, está o estaba en un rincón de la sala y en ese momento estaba observando el cuadro una hermosa dama por lo que me mantuve discretamente a la espera de que acabase su contemplación cuando me di cuenta de que se deslizaban lágrimas por sus mejillas.

Me produjo una  fuerte impresión y me provocó dos reflexiones, la primera que si en mi lugar hubiese estado el mismísimo Manet estoy seguro que hubiese encontrado la justificación de toda su obra pictórica por haber sido capaz de arrancar tal sentimiento traspasando  el tiempo y la materia.
Esto es la autenticidad del arte.

La segunda, que en ese momento comprendí en todo su significado las explicaciones que me daba mi padre que fue escultor, pero sobre todo artista, de lo que era el arte para él.
"Lo que se pretende con una obra de arte es conmover, provocar la emoción del espectador, intentar transmitir todo el universo de sensaciones, inquietudes y emociones que te brotan desde las tripas a la cabeza. Lo que hay que conseguir”, me decía,  es romper la madera, la piedra o el lienzo,  hay que traspasar la materia e insuflarle vida propia”.

Esto es lo que yo llamo arte conmovido.
Es esa pintura, escultura, poema, música o lo que sea a la que el artista ha conseguido traspasarle toda su emoción creadora, esas profundas inquietudes que le han llevado a su creación, ese mundo interior tan rico que necesita expresarse y comunicarse. Necesita sacar todo ese manantial de sentimientos y exponerlo a la luz para ser contemplado y compartido, pero sin explicaciones que no sean otra cosa que la misma obra.

Cuando el artista consigue ese objetivo y le da vida propia a la obra, esta está conmovida y por lo tanto provocará una fuerte conmoción interior en todo aquel que la contemple y que tenga la sensibilidad necesaria para captar sus efluvios.

Pocos son los elegidos por los dioses para llegar a esa cima, en esa época lo consiguió Manet con la pintura y un poco mas tarde con la escultura Constantin Brancusi...